Otra voz


Reviso impaciente las palabras que hay en mí. 

No soy dueña de lo que pienso. Soy apenas un reflejo de otras voces que se despeñaron sobre mi pensamiento hasta formar esta especie de paisaje lunar. 

Reviso imprudente las palabras que salen de mi boca. 

No sé si debiera censurar lo que digo, es tan poco lo que me pertenece.

 Reviso sin pausa las palabras que no escribo.

Duele la presencia del tiempo bajo las plantas de mis pies. No pienso en cuáles han sido los pasos dados, cuántos fueron o qué significado pueden guardar si no es posible volver atrás. No mido las distancias. No dispongo de más horizonte que aquel que veo desde el hoy y perderlo por mirar atrás es insensato. Quizás deba cerrar los ojos para evitar la tentación de voltear la cabeza. La mujer sin nombre vuelta sal todavía me alerta. 

Ante la puerta cerrada golpea la mirada una vez y otra y otra. No atiende nadie el llamado. Se teme al mensajero que traiga algo distinto a lo que ya se sabe. Lo nuevo es motivo de discordia y lo viejo se deshace entre los cacharros arrumbados en el fondo de la casa. Nadie llega hasta ahí, nadie airea ni entierra lo viejo, temiendo el resultado. Lo nuevo muere desangrado en la puerta, del lado de afuera, a la intemperie estéril de una madrugada eterna.

Mientras tanto el viejo oficio embrida los dedos para que borden palabras ajenas sobre resmas prestadas. Es imposible que la negación prospere. Mejor hacer de cuenta que la autenticidad está asegurada. Que nadie ha plantado las semillas de este hacer solitario. Que nadie sembró lo que da fruto. Que toda cosecha me pertenece. 

Pero allí los cráteres vacíos. 

Allí la nada y su inercia. 

Allí el rastro de otra voz que no es la mía.